La muerte de un hijo es una de las experiencias más duras. Una vivencia para la que ninguna madre ni padre está preparado. Por este tipo de pérdidas, se congelan muchas ilusiones y planes; se experimenta una inestabilidad y todo aquello que dábamos por sentado y organizado se desordena.
A causa de esta tristeza tan grande, nuestro dolor a veces parece que nunca cesará. Lo cierto es que nunca desaparece del todo, pero sí se transforma y se adapta con el tiempo.
Es importante saber que cada persona es un universo distinto y vive el duelo a su manera, lo cual es totalmente normal, pues no existen pautas, ni tiempos, ni mucho menos recetas que determinen cómo debe de ser nuestro proceso y más cuando se trata de la muerte de un hijo.
Lo que sí es seguro, es que la única manera de afrontar nuestro dolor y superarlo será sentirlo, aceptarlo, comprenderlo, dejarlo ser y abrazarlo hasta que poco a poco consigamos disminuirlo y acostumbrarnos a él.
A continuación, te presentamos las etapas por las que se suele pasar y de qué manera nos puede resultar más sano enfrentarlas.
Primera fase: La aceptación
El primer paso complejo que debemos dar los padres después de la pérdida de un hijo es la aceptación. Se trata de afrontar la realidad de que ese ser ya no está junto a nosotros. Esta fase es muy difícil y viene con la sensación de que es una pesadilla y que nada de lo que estamos atravesando es real. Es necesario que durante la etapa los padres tomemos conciencia hasta llegar a una aceptación intelectual y emocional. En este proceso nos veremos visitados por la pregunta “¿por qué?” y, si bien nos podemos desesperar por encontrar una respuesta, ninguna resultará satisfactoria. Ante ello, debemos ser fuertes y aceptar que no existe, además de reflexionar si en verdad desgastarnos por buscarla nos aportará algo positivo o nos ayudará a sanar.
Segunda fase: Trabajo de nuestro dolor y emociones
Para poder combatir el dolor por la pérdida de nuestro hijo será importante que trabajemos en aquellas emociones que han llegado a causa de la tragedia. Estos sentimientos suelen ser de mucha intensidad tales como la culpa, la ira, la tristeza, la ansiedad u otros. Ante cada una de estas emociones debemos dejarnos ser; no permitir que nos dominen, pero sí sentirlas sin reprimirlas, porque aunque parezca que de este modo nuestro dolor se hará más intenso, sucederá lo contrario. De a poco, nos iremos dando cuenta de que exteriorizarlas, nos ayudará a desfogar y sentirnos más calmados.
Tercera fase: Proyección de un nuevo futuro
Tras el fallecimiento de un hijo reconsideramos nuestra vida pues todas esas expectativas, sueños e ilusiones que teníamos con él se desvanecerán. Debemos adaptarnos a la nueva realidad; comprender, expresar y canalizar nuestras emociones; trabajar en volver a la normalidad y, aunque parezca imposible, podremos lograrlo formando un equilibrio entre aquello que teníamos y el futuro que se aproxima.
En esta fase, tendremos que aprender a vivir sin olvidar, pero concentrándose en cómo serán los días de ahora en adelante. Conseguiremos transformar nuestro dolor y salir a flote, aunque el duelo sea largo y tengamos recaídas. No nos asustemos, tocará permitirlas y recordar que hemos podido avanzar, esa es la mejor forma de darnos cuenta que hemos podido ser fuertes, a pesar de todo.
Pequeñas acciones que nos ayudarán a superar la muerte de un hijo
Aunque a nuestro parecer no sea posible superar la muerte de un hijo, sí hay pequeñas acciones que por nuestra cuenta podemos realizar y que nos ayudarán a calmar el dolor.