En este artículo, descubra en qué consiste el duelo patológico, sus principales diferencias con el duelo normal, síntomas y cómo tratarlo adecuadamente.
El proceso de duelo, según la intensidad de su naturaleza, se puede clasificar de diversas maneras. Las más conocidas son el duelo normal y el duelo patológico. En la mayoría de los casos, el duelo normal cumple con la sintomatología propia de las distintas etapas y finaliza en la aceptación sin más consecuencias.
Pero en el caso del duelo complicado, anormal o patológico, implica que la persona tras la pérdida sufre una intensificación de las emociones, manifestando conductas inadaptadas que se extienden en el tiempo sin que se le pueda encontrar una alternativa efectiva para un cierre satisfactorio del proceso. Entonces, la persona no consigue asimilar la circunstancia de la pérdida y la curación se hace muy accidentada.
En este artículo, haremos hincapié en el duelo patológico, en qué consiste, sus principales diferencias con el duelo normal, las causas y riesgos más relevantes, y el tratamiento más adecuado para desarraigarlo de la vida cuando se manifiesta de forma insistente.
El duelo patológico es un proceso doblemente caótico o traumático de lo que debería ser el proceso de duelo normal, en donde se dificulta el tránsito de las distintas etapas y tiende a manifestar episodios recurrentes de síntomas que deberían estar superados o al menos controlados.
En el duelo patológico la adaptación a la nueva circunstancia tras la pérdida es lenta y traumática, con frecuentes recaídas en estados depresivos. Es patológico porque los síntomas psicológicos y físicos se experimentan con mayor intensidad, al punto de ser necesaria la intervención médica para estabilizar a la persona afectada.
La principal diferencia entre el duelo normal y el patológico es que mientras el duelo normal el proceso transita sin problemas hacia la aceptación de la partida de un ser querido, en el duelo patológico el trayecto se ve afectado por una carga emocional desbordante que impide la superación de cada etapa y el cese del sufrimiento.
En el duelo normal se puede manifestar malestar físico, temor al olvido del fallecido, sentimientos de culpabilidad, irritabilidad y dificultades para afrontar las actividades de la vida diaria. En el duelo patológico todas estas reacciones se potencian y producen efectos más agudos y prolongados que generalmente requieren asistencia psicológica para calmar a la persona.
El duelo normal puede volverse patológico cuando la persona no logra superar las etapas del duelo y vive las emociones mucho más intensamente. En consecuencia, la continuidad de este duelo complicado en el tiempo puede interferir en el normal desempeño de las actividades de la vida cotidiana, generando verdaderas trabas en la realización de proyectos personales posteriores a la pérdida.
Entre los síntomas psíquicos y fisiológicos que pueden manifestarse en las personas encontramos sufrimiento intenso y sin tregua, ataques de llanto y de pánico, decaimiento general, aislamiento, depresión, ansiedad, letargo, deseos suicidas, pérdida de peso, palpitaciones, falta de aire, sofocación e insomnio.
Tiene una duración prolongada, sin llegar a un resultado satisfactorio. Esto se manifiesta en crisis circunstanciales durante los aniversarios del fallecido, que hacen pensar en una superación aparente del proceso de duelo. Esto pone de manifiesto que si todavía hay crisis después de mucho tiempo transcurrido, es porque el duelo nunca llegó a superarse realmente.
Este caso se presenta cuando la persona no manifiesta una reacción de protesta evidente frente a la pérdida, pero al pasar el tiempo comienza a experimentar diversos síntomas, que pueden ser potenciados por una segunda pérdida. Esta puede darse por suicidio.
Se produce una intensificación del duelo normal que lleva a la persona a sentirse emocionalmente desbordada, impidiéndole alcanzar una sana adaptación a la pérdida, a pesar de que comprende la razón de su dolor. En este caso, es recomendable enviar a la persona a realizar una terapia psicológica, porque su estado general es incapacitante para desempeñar sus actividades diarias.
Como consecuencia de este duelo exagerado, si no se trata con terapia, el estado de la persona afectada puede derivar en un trastorno de estrés postraumático o ataques de pánico. También podría desarrollar algún tipo de dependencia a alguna sustancia para evadirse de la realidad.
Las personas que atraviesan este tipo de duelo reprimen los sentimientos y no se permiten experimentar sufrimiento por el fallecido, aunque sí es posible que enmascaren otro tipo de síntomas físicos similares a los del difunto, en una suerte de relación psicosomática con la pérdida.
En el caso particular de encontrarnos frente a una persona que sufre duelo patológico, nunca debemos forzarla a retornar a la vida normal porque le resultará violento y pensará que su dolor y pérdida no nos importa demasiado. Tampoco deberíamos ofrecer ayuda que no estamos seguros de poder brindar cuando lo necesiten ni evidenciar hacia la otra persona una actitud de lástima que agreda su amor propio.
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En cambio, sí deberíamos interesarnos por sus sentimientos y necesidades, ofrecer ayuda en cosas concretas, no vagas que pueden sonar a frases hechas por compromiso. Asimismo, cultivar la paciencia con la persona que atraviesa un duelo patológico le ayudará a sentirse más segura y en confianza con las personas que la rodean. Por lo que el tiempo de recuperación podría acelerarse facilitando el trabajo del terapeuta.
En líneas generales, el duelo patológico es una tipología agravada del duelo normal que aumenta la intensidad y efectos de sus síntomas psicológicos y físicos, obligando al entorno de la persona a buscar ayuda psicológica o psiquiátrica para tratar su estado. La falta del tratamiento adecuado podría desencadenar una patología mental más severa que retrase aún más la superación del duelo o directamente la imposibilidad de retornar a la vida normal.