Descubra cómo opera la etapa de aceptación del duelo en las personas que sufren la muerte de un ser querido y cómo hacer para alcanzarla.
El proceso de duelo suele ser un trayecto doloroso que atraviesa a todas las personas que se enfrentan a la pérdida de un ser querido. No existe un tiempo clave de duración, ya que cada persona es diferente, sus experiencias de vida son diferentes, y por lo tanto, serán también diferentes las manifestaciones de dolor durante ese proceso.
En reiteradas oportunidades hemos descrito las 5 etapas del duelo y sus características generales. La primera etapa es la negación de los eventos ocurridos en torno a la muerte del ser querido. Luego, la segunda etapa está representada por la ira, a través de sentimientos de frustración e impotencia por la pérdida del ser amado.
En la tercera etapa de negociación se intenta buscar alternativas para negociar con la realidad adversa. La tercera etapa de depresión le sigue cuando entiende que la ausencia será definitiva. Y finalmente, la aceptación es la conciliación con la realidad de la muerte y comprensión de la ausencia definitiva.
El objetivo de este artículo es enfocarnos en la etapa de aceptación en el duelo y ahondar en detalle sobre sus aspectos más relevantes, síntomas, perspectiva de recuperación y formas de gestionar este último tramo del proceso antes de retornar a la vida cotidiana.
En un duelo normal, la aceptación es la última etapa por la que transita el doliente que sufre la pérdida de un ser querido, en donde comienza un proceso de adaptación emocional a la condición irremediable de la muerte. Si bien va a costar llegar a esta instancia de asimilación, la persona finalmente va a comprender que no puede seguir apegada a la presencia del ser querido fallecido.
La aceptación se caracteriza por albergar cierta estabilidad emocional en la rutina y paulatinamente la persona doliente va dejando atrás la dependencia al recuerdo del ser querido fallecido, ya que ha logrado o está logrando aceptar el hecho de la irreversibilidad de la muerte. Esta circunstancia le permite reconciliarse con el presente por primera vez desde la pérdida.
En este sentido, el presente cobrará mayor protagonismo para el doliente que el pasado ocupado por la persona fallecida. Como aspecto relevante de esta etapa, destacamos una pérdida de idealización de la figura del difunto al comprender que su muerte es un hecho natural y no extraordinario. También hay una superación del sentimiento de culpa, por lo que su actitud es más comprensiva hacia sí mismo y hacia los demás.
Superar el sentimiento de culpa le permite al doliente reencontrarse con el afecto familiar y de las amistades, así como abrirse camino a la oportunidad de vincularse con otras personas.
Llegar a la etapa de la aceptación en el duelo no es un proceso fácil, ya que la persona logra aceptar la pérdida después de experimentar mucho dolor y angustia. Por consiguiente, no se trata de un momento particularmente dichoso para el doliente, sino del final de un largo recorrido en el que pasó la mayor parte del mismo estando vulnerable y alejado de la realidad.
Cuando el doliente transita el final del duelo, siente que ya puede reanudar sus actividades con la misma eficiencia y voluntad con que lo hacía antes de la muerte de su ser querido. En consecuencia, comienza a sentir que está listo para dejar en el pasado sus emociones de ira, depresión y negación para centrarse en sentimientos positivos que contribuyan a garantizar su bienestar mental y físico.
A continuación, compartimos algunas prácticas recomendables para alcanzar la etapa de aceptación del duelo y lograr la deseada plenitud del alma.
Nadie está preparado para enfrentar la muerte de un ser querido, pero la crudeza de la realidad impulsa a aceptar la pérdida tarde o temprano. El paso del tiempo ayudará a convencer al doliente de lo inútil de la negociación ante la realidad inexorable de una muerte. La carne no resucita pero se puede mantener vivo el recuerdo de lo que vivimos con nuestros seres queridos fallecidos.
Una vez aceptada la condición irreversible de la muerte, el doliente está preparado para vivir sin la presencia del ser querido. Implica trazar el plan de un nuevo proyecto de vida, que puede ser arduo al principio, pero que a largo plazo ofrecerá una salida conveniente para evitar recaer en el círculo vicioso de la depresión tras la pérdida. Esto también reducirá las posibilidades de sufrir un duelo patológico.
Es normal que las personas que atraviesan un duelo sientan al principio que nunca lo van a superar y que no lograrán retomar su vida después de un tiempo. Sin embargo, eventualmente deviene la etapa de aceptación del duelo y la tranquilizadora sensación de que tiene la libertad para empezar de nuevo.
De alguna manera, las personas se limitan cuando sufren la muerte de un ser querido, pero terminan comprendiendo que la muerte física es individual, por lo que el doliente aún queda vivo para continuar la obra o legado del difunto.
Finalmente, el doliente que está logrando la aceptación del duelo sentirá la necesidad de hacer algo con su vida, con su tiempo, ya que deberá destinar el afecto por la persona fallecida en realizar actividades que le devuelvan la vitalidad y ganas de disfrutar de las cosas simples de la vida. Al fin y al cabo, la vida es muy corta para desperdiciarla eternizando el proceso de duelo.
En conclusión, la etapa de aceptación del duelo es la instancia final de superación en un proceso normal. Cumple la función de reconciliar al doliente con la realidad de la pérdida y lo convence de la necesidad de enfocarse en el presente dejando atrás el pasado y principalmente su dolor.